"The litle walk of a dog"

Viajar no es escapar, es acercarse. Y los viajes no son los lugares que visitas; son lo que somos. Al viajar, te conoces.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Km 10000 (a ojo) La recta final

Santa Catarina es un sitio especial. Es una isla màs o menos grande, a la que se accede por un puente que lleva a la ciudad principal, Florianópolis. Allí ya se empieza a notar un cierto ritmo de vida caribeño. Pero lo bueno está al otro lado. El bus tarda unos 45 mn en llegar a la playa a la que nos dirigíamos, Barra da Lagoa, atravesando toda la isla, bordeando su lago central y subiendo una pequeña montaña desde donde se puede apreciar lo bonito del lugar. Tengo estado en sitios más espectaculares y playas más paradisíacas. Sin embargo, ningún sitio antes me había cautivado de esta manera.
Llegamos con la idea de pasar una o dos noches. Después de seis, me voy haciendo un enorme esfuerzo. La chica del hostel, Alice, una brasileira viajera muy maja ya me lo avisó al llegar: "Ti vas a ficar mais tempo, xa o verás...". Pues sí. Esa misma noche me quedé hablando con ella hasta bien tarde, y después de contarnos nuestras vidas y forma de entender el mundo, me dijo que la parte donde estábamos irradia una energía especial que hace que las personas que buscan su sitio en el mundo vuelvan siempre aquí. No creo en energías, karmas y esas cosas (aunque habelas hailas), pero sí es cierto que este sitio tiene algo. Quizá más que algo místico sea algo lógico. Mi horario fue el siguiente estos días: levantarse y desayunar mango, piña, zumos y tarta de chocolate en un porche de madera desde donde sólo se ve la playa; ir al mar a hacer boogieboard, o longboard cuando las olas bajaban; comer; siesta en la hamaca; volver a la playa, recorrer un poco la isla y/o bucear; cenar; beber caipirinha en la playa con antorchas y samba de fondo hasta... ¡Quién con un poco de amor por la buena vida no va a querer volver!! Y además, todo esto acompañado de gente muy buena onda. Cuando todo el mundo es feliz, se nota en el ambiente y se transmite como el mejor de los virus.
Desde que lleguè, dejé todo debajo de la cama y solo utilizaba el bañador. Ni siquiera las chanclas. Así me quedaron los pies, que al andar parezco Boris Izaguirre despues de una noche de popper con Jesús Vázquez... en parte tambien por los partidos de futbol nocturnos en la playa ( o más bien en las conchas) y un resbalón inoportuno cuando subía una roca, que hizo que me lijara las plantas a base de bien. Al menos mi callo comienza a desaparecer. Ahora que me fui, me doy cuenta de que no tengo ni una foto en la isla. Alice me explicó que eso lo hizo mi subconsciente para obligarme a volver. La verdad es que me da rabia no inmortalizar esos días. La única foto me la hizo un maltés con dos holandesas. Espero que me la pase.
La verdad es que poco he conocido de Brasil. Lo justo para saber que es uno de los destinos que quiero conocer más en profundidad más adelante.
Finalmente me armé de valor y me fui a comprar el billete de bus. Ese último día en Barra parecía Alex Ubago, triste, con la mirada perdida y pensando en despedidas.Me quería acostar pronto, pero me liaron a base de caipirinhas (esos pendejos ya conocen mi punto débil). Acabé bañandome de madrugada y cantandole al mar... :) Así de duro fue después ir a la estación, coger el bus a Portoalegre, ver la ciudad medio desganado y seguir hacia Montevideo del tirón. En el camino conocí a un vasco muy majo, Andoni, y al final nos fuimos juntos a buscar hostel y conocer la ciudad.
Montevideo es la capital más tranquila del mundo, seguro. En todo el país hay tan solo 3 millones de habitantes, contando los emigrantes, y la mitad viven en Montevideo. Tenía razón un argentino que me definió a sus vecinos con una frase muy lograda: "Che, a los uruguayyyos se les escapan hasta las tortugas". Cierto. Son la gente más tranquila que he visto. Por las calles hay poca gente, y la que hay habla bajo, anda despacio y se queda mirando al infinito a la mínima. Y eso que están todo el día chupando mate, que se supone es energizante. Creo que si se extinguiera la hoja de mate, la mitad de la ya escasa población uruguaya entraría en letargo cerebral... Este carácter, unido a que la ciudad es bastante maja, crea un ambiente muy agradabel. No hay ningún sitio espectacular, pero vale la pena conocer Montevideo.
El primer día nos perdimos un poco buscando un bar para ver El Clásico. Encontramos un buen sitio con pantalla gigante para disfrutar del baño de fútbol, clase, humildad, filosofía y saber hacer que le metió el Barsa al mandril. Cómo disfruté! :)Tenía ganas de celebrarlo, pero un lunes por la noche en Montevideo
no hay ni delincuentes por la calle. Me pareció ver a Mouriño llorando en una esquina, eso si. Finalmente, encontramos un barcillo regentado por un peculiar hombre, que resultó ser de Gondomar (un pueblo cerca de donde vivo). Lleva más de 40 años en Uruguay, y cuando le empecé a contar cosas de allá, casi le cae la lágrima al pobre.
Y dejando atrás Montevideo, me dirijo ya a mi próximo ( y último) destino, Buenos Aires. Otra vez me inunda el espíritu de Alex Ubago, aquí sentado en la proa del barco que cruza el Mar del Plata. No más buses eternos, ni sentirse un desconocido, ni sorpresas agradables. Por ahora. Si algo he descubierto en este viaje, es que aun me quedan muchos más por delante. Y es que estos dos meses me he sentido plenamente feliz. Los uruguayos, además de ser tranquis, son muy cultos y románticos. Hay un montón de librerías, tiendas de antiguallas, galerías de arte, poemas escritos en los muros... así que le haré caso a Eduardo Galeano, del que una buena amiga me recomendó inundarme:

"Hoy más que nunca,
la alegría es un artículo de primera necesidad,
tan urgente como el agua o el aire.
Pero nadie nos va a regalar ese derecho de todos...
es preciso pelearlo"